Hablar de
Estados Unidos y de tiempos modernos nos remite irremediablemente a una
palabra: fusión. Hoy por hoy, las cosas
cada vez se mezclan más entre sí, y cuando pienso en esto un nombre viene a mi
mente: Carlos Santana, el de la guitarra que llora, y que personifica la fusión
con todos sus “agravantes”; desde su aspecto físico, su familia birracial, su
peculiar manera de hablar --ambos, el inglés y el español-- y, desde luego, su
música. Es que, Santana es sinónimo de
sensibilidad y de hibridez cultural por donde lo veamos, porque él nunca tuvo a
menos su condición bicultural de mexicano en los Estados Unidos y porque además
ha sabido aprovechar al máximo lo mejor de ambos mundos, factor al que tanto
debe su música.
Desde sus inicios allá en Tijuana, cuando
tocaba el violin en el conjunto de mariachi de su padre, Carlos se estaba
forjando ya un estilo propio, al trasladar el sentimiento extraido del arco y
las cuerdas del violin a los viriles rasgueos de la guitarra. Recuerdo yo que aún antes de saber que él
habia tocado alguna vez ese instrumento, su sentida forma de tocar la guitarra
me recordaba el violín de Laurito Uranga en las canciones de Agustín Lara.
Otro dato curioso es el hecho que, aún
antes de grabar un disco, el estilo depurado y ecléctico de Santana lo llevó al
éxito inmediato en el momento que se dió a conocer al vasto público de
Woodstock. Hecho que en sí mismo fue un
completo acto de osadía, si tomamos en cuenta que la mayoría de los músicos que
tocaron allí eran músicos consagrados y con toda la experiencia del mundo,
entre los cuales figuraban The Who, Jimi Hemdrix, The Band, y Three Souls in my
Mind... a no perdón, me equivoqué de concierto con estos últimos, porque
ellos tocaron en Avandaro.
La pieza que escogió para la ocasión
--pasadísimo en ácido, por cierto-- fue “Soul Sacrifice” que, aunque nunca ha
sido una de mis fávoritas, la puedo usar como ejemplo del Santana’s trademark, porque en ella epitomiza la fusión del sonido afro-antillano --en las percusiones de Chepito
Arias-- con la música rock, en los acordes de esa guitarra que lo mismo podía ser
agresiva y exaltada como amable y sutil, pero siempre inspirada; algo parecido
a lo que hacía Stan Getz con el saxofón.
Un documento musical es la canción “Oye
Como Va” del gran Tito Puente, en la que Carlitos, siguiendo el ejemplo de
Ritchie Valens con “La Bamba,” logró poner una pieza cantada totalmente en español
en los anales de la música norteamericana --y mundial--, traduciendo el español
de esta canción al idioma universal de la música. Fue así que el músico consolidó la unión del ritmo latino con la
música rock, logrando gran parte de
ello al sustituir los metales de la original por unos enérgicos riffs de
guitarra. Amén de haber convertido una
canción étnica en una joya del rock &
roll.
Ahora, como guitarrista Santana no está
mal, al punto que nunca se le ha notado timidez alguna cuando ha compartido
escenarios con monstros sagrados de la guitarra tales como Eric Clapton o Jeff
Beck, entre otros. Derroche de
autoestima musical que se debe al hecho
de tener un estilo muy propio y de su capacidad prodigiosa de decir con su música
lo que siente, de una forma concisa y económica. Las notas de su guitarra, que a veces son
prolongadas pero nunca excesivas, evocan el sentimiento del violin en melodías
como “Samba pa’ ti” y “Europa”. Lo que da testimonio de una sensibilidad extraordinaria
y demuestra, además, que no se requiere de toda la pericia y ostentación
musical para hacer algo con lo que se tiene, y proyectar lo que se quiere.
Y hablando de alfareros de Capdepera,
quiero señalar que la inspiración de “Europa” proviene de una de las bandas
pioneras de la música “grupera”; me refiero, ni más ni menos, que a los Angeles
Negros con su canción, “Y volveré”.
Desde luego que eso es de cuando a la “música” grupera todavía se le
podía llamar música, if you know what I
mean.
Como sea, quise usar ese dato para
ilustrar una vez más la capacidad asimilativa de Carlos Santana quien, haciendo
honor al dicho que reza, “el que entre lobos anda, a aullar se enseña”, no ha
dejado de aprender de todos los viejos lobos de mar con los que se ha cruzado
en su vida --y esto incluye a los que sólo a podido percibir a distancia--, cosa
que ha hecho de él, para deleite de miles, un digno representante de la música con
todas sus variaciones y mezclas.
Nota: Este artículo apareció
originalmente en una revista en línea, ahora extinta, y lo escribí a razón del
tema “Fusión”.
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