“En Durango
comenzó su carrera de bandido, en cada golpe que daba se hacía el desaparecido”,
dice el corrido, que exalta las correrías de Doroteo Arango aún antes de convertirse
en Francisco Villa; ese personaje escurridizo que también a la historia pareció
escurrírsele, porque cuando habla de él sólo nos da un personaje a media luz. Pero eso pasa también con la infinidad de
biografías que se han escrito de Villa en el mundo; desde la de Martín Luis
Guzmán a la de Friedrich Katz, pasando por las de Elías Torres y Enrique Krauze,
entre otras. Todas tienen el mismo común denominador: su carácter detractor y
descalificador.
Biografías parcialistas que han sido redactadas
--como todo en la historia-- por los vencedores y los allegados al sistema en
turno. Por eso, casi siempre que leemos
una biografía del general Villa, dos características principales de su
personalidad que los biografos recalcan son su magnetismo animal y su facilidad
de ordenar lo mismo un fusilamiento, que cualquier otro tipo de ejecución. O bien nos lo describen sacando el revolver para encargarse él mismo de su
victima en turno. Un hombre sanguinario
ese Pancho Villa, porque lo mismo mataba venerables ancianos e indefensas mujeres, que
jovenes apenas salidos de la niñez; todo ello con el fín de protejer su “botín”
y defender sus ideales “egoístas”. Como si todos los demás “caudillos” hubieran
sido unos primores.
Los biógrafos extranjeros se conforman con
retratar al personaje pintoresco de la historia mexicana, siempre y cuando no
pase de ser eso, para que no simbolice amenaza alguna al status quo de los paises gobernados por --y para-- gente “bien
nacida”. Un dato curioso es que la biografía escrita por Katz es la más completa en contenido. Debido esto, más
que nada, al hecho de ser una recopilación de todas las demás; ventaja que le concede
el ser una de las últimas sobre el tema. Cosa muy cierta es, sin embargo, que nadie le ha
hecho más daño a la imagen del revolucionario que el escritor Martín Luís
Guzmán, quien es, extrañamente, su “biografo oficial”, y cuyos motivos
ulteriores tal vez nunca se sepan del todo.
Cuando se pregonan las derrotas de Francisco
Villa siempre se minimizan hechos tan relevantes como las traiciones, la falta
de fondos monetarios y de logística --parque, sobre todo-- que jugaron un papel
importantísimo. Casi nunca se habla, tampoco, de que Villa demostró mucha más
capacidad y recursos militares que cualquiera de los líderes de su tiempo; y es
que, la mayoría de los biógrafos
le
dan
más el crédito por el valor militar de Villa a Felipe Ángeles.
Pero fue la traición la que jugó el papel
más significativo en las derrotas de Villa; traición de gente que estaba en
posiciones estratégicas y que probó ser vital: Tomás Urbina, Luís Aguirre
Benavides, Eulalio Gutiérrez, Guzmán, y tal vez el mismo Ángeles --quien,
después de todo, era también un perfumado-- en contubernio con Carranza,
Obregón y Plutarco Elías Calles. Este último el más siniestro y astuto de
todos.
Hombres
como esos fueron claves en el hecho de que Villa no haya tomado toda la zona
Norte y de allí el país entero. Mientras éste se medía con Manuel Dieguez
en Jalisco, y a punto de derrotarlo para apoderarse del bajío, Felipe Angeles
defendía la recién tomada plaza de Monterrey, e hizo a Villa abandonar su casi
ganada batalla para que viniera a apoyarlo, alegando que lo amenazaba un
ejercito carrancista de más de 20,000 hombres, cuando eran sólo 6,000; privando así al General Villa --y a todos los mexicanos-- de una victoria que pudo haber
dado un giro de ciento ochenta grados a la historia de la Revolución Mexicana. Desde luego que esto no se lee en la “Historia
Moderna de México”, de Daniel Cosío Villegas, que presume de ser una de las más
científicas.
Y más penoso es, aúnque no de extrañarse,
que la gran mayoría de los hombres inteligentes (escritores, artistas e
intelectuales), contemporaneos de Villa, hayan tomado partido con la historia
oficial para criticar su actuación; debido en parte al origen norteño del “Centauro
del Norte”, ya que México siempre ha sido un país centralista por excelencia. Amén
de otros intereses más oscuros que se querían proteger.
José Vasconcelos siempre despreció a Villa,
e incluso conspiró contra él; en sus memorias, Daniel Cosío Villegas recalca
con sarcasmo el hecho de que “nuestro Pancho Villa” se metiera a los bancos montado
a caballo a agarrar dinero para su gente; en su autobiografía, José Clemente
Orozco ridiculiza el movimiento armado del norte llamandolo “los desaguisados
de Pancho Villa”; y Diego Rivera lo pinta con una fisonomía infernal de idolo prehispanico.
Ahora, la razón por la que digo que no es de extrañarse que odiaran a Villa, es
que todos ellos tenían sus origenes de clase muy acendrados y representaban el
caracter “librepensador” de sus padres, que no era otra cosa que la religión
que profesaban como miembros de alguna sociedad secreta y burguesa.
Sé de muy pocos escritos sobre Villa --todavía no leo el de Paco Ignacio Taibo II, que parece estar entre estos-- que
hacen justicia a la verdad; entre ellos “México Insurgente,” de John Reed que,
aunque no es una biografía, da algunos pormenores de la personalidad del caudillo
revolucionario. Algunos escritos de Guadalupe y Rosa Helia Villa, nietas del General,
se apegan también más a la verdad, al transcribir de una manera más fiel el
manuscrito original de la autobiografía del revolucionario, puesta
originalmente en papel por la pluma de Manuel Bauche Alcalde; que es también la
misma, dicho sea de paso, que usó Guzmán para sus pseudo “Memorias de Pancho
Villa”.
Huelga decir que con Villa pasó lo mismo
que con John Lennon; los que lo odian, lo exaltan nada mas para atacar a Yoko, culpandola
a ella de algunos de sus errores. Y los que elevan a Pancho Villa lo hacen para
exaltar las “proezas militares”de Alvaro Obregón -- y la victoria del “bien”
sobre el “mal” --, que pudo derrotar al “guerrillero” Villa, “mostrando” así que,
después de todo, Villa no era el más inteligente ni el más capaz.
Por mucho tiempo al General Francisco Villa
se le mantuvo excluido del panteón de los heroes revolucionarios --cuando ya
todos los demás rufianes glorificados tenían escuelas y calles con sus nombres--,
y no fue hasta los sesentas que su nombre fue considerado por sus meritos.
Vaya, al mismo Zapata se le ha dado un carácter de santo --otra vez el centralismo--, especialmente por que él nunca representó una amenaza muy grande al sistema, ya que sus aspiraciones eran más bien pequeñas; he ahí la razón por la que él y el gran jefe de la División del Norte no se entendieron militarmente, y otra de las causas de que la Revolución no progresara. Pero en fin, como dijo el filósofo griego Cuco Sánchez: “Arrieros somos y en el camino andamos...”.
Nota: Este artículo apareció originalmente en una revista en línea, ahora extinta, a razón del día de la Revolución Mexicana.
Vaya, al mismo Zapata se le ha dado un carácter de santo --otra vez el centralismo--, especialmente por que él nunca representó una amenaza muy grande al sistema, ya que sus aspiraciones eran más bien pequeñas; he ahí la razón por la que él y el gran jefe de la División del Norte no se entendieron militarmente, y otra de las causas de que la Revolución no progresara. Pero en fin, como dijo el filósofo griego Cuco Sánchez: “Arrieros somos y en el camino andamos...”.
Nota: Este artículo apareció originalmente en una revista en línea, ahora extinta, a razón del día de la Revolución Mexicana.
No comments:
Post a Comment