“Yo pisaré las calles nuevamente de lo que
fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada me detendré a
llorar por los ausentes”, dicen los primeros versos de ese bello canto de
Pablo Milanés, refiriendose a un posible regreso a ésa ciudad después de los
malos tiempos que viviera el pueblo chileno, por casi tres décadas, a causa del
régimen de Pinochet. Y está es de alguna
forma también la ilusión que tiene uno después de caminar por las calles
ensangrentadas de Ciudad Juárez; en ese México que se ha convertido -- ahora sí
literalmente -- en una tierra sin ley, a manos del crimen organizado.
Hacer un viaje a la frontera mexicana en
estos días equivale a un audaz desafío a la muerte; no importa si ésta es
Tijuana, Juárez, Reynosa, o cualquier otra. El asunto es que la frontera es un
estado geográfico que implíca terror y peligro de muerte. Yo me jugué el albur y decidí volver a
visitar el lugar después de algunos años de no haber estado ahí; y vaya
cambio.
Es invierno y faltan unos días para la
Navidad del 2009, con un frio que de noche cala hasta los huesos, valga el
cliché. Viniendo de El Paso, Texas, sólo
es cuestión de cruzar el puente internacional Paso del Norte, de unos 300
metros de longitud, para entrar al lado mexicano. Aun así, el estar en el lado mexicano hace
una diferencia psicológica descomunal, ya que al entrar a Juárez inmediatamente
se respira otra atmosfera; entra uno a la dimensión donde la vida no vale nada
y, aunque el sentimiento siempre ha sido el mismo respecto a eso, ahora lo
acentúa más el hecho de saber que los sicarios pueden salir de donde quiera --y
cuando sea-- y una bala perdida puede alcanzar al más pintado.
Hay dos calles principales en Ciudad Juárez
donde antes se desarrollaba la vida nocturna: la Avenida Juárez y la calle Ignacio
Mariscal que eran, para los turistas gringos, el llamado strip y la zona rosa, respectivamente; hoy destronadas ambas por la
adversidad, y como ya no hay turismo, se han quedado fuera de servicio.
Incluso, al caminar por la calle Mariscal
uno tiene la impresión de tomar parte en alguna escena de película del cine neorrealista
italiano, por el aire desolado que dan los edificios destruidos --como si
hubieran sido bombardeados-- de lo que antes fueron topless bars, salones de baile y cantinas de media y poca monta;
todos ellos diseñados para entretener turistas y noctámbulos con diferentes
posibilidades económicas, y que alguna vez fueron el punto distintivo de lo que
es una bonanza fronteriza. En algunas partes los edificios fueron completamente
demolidos y quedó el espacio raso o, en el peor de los casos, los edificios están
en pie derruidos por el vandalismo y el tiempo, como para confirmar la sospecha
que a Juárez lo tienen, efectivamente, en estado de sitio.
Pero eso es sólo el centro y aun hay más,
porque la periferia también tiene sus peculiaridades. Sorprendentemente, una vez adentrado en la
ciudad --y después de un rato dentro de ella-- como que uno se habitúa y deja
de sentirse la aprehensión incial y, contrario a la idea de que la gente anda
en la calle con una expresión de miedo en la cara, afuera la gente se resigna a
lo que pueda venir. Desde luego que hay los que deciden quedarse en casa y no
salir; pero eso puede ser aun más letal por que la vida de recluso alimenta las
paranoias y lo hace a más susceptible a una crísis nerviosa.
Así que, se arma uno de valor y se hace
intrépido para recorrer el lugar, a pesar de la triste experiencia que esto conlleva
por el espectaculo patético de ver como la ciudad se está quedando en ruinas
por doquier, ya que la gente nativa ha dejado la ciudad intempestivamente para
huir del terror o simplemente en busca de mejores posibilidades ecónomicas en
los Estados Unidos u alguna otra parte de México; sin importarles dejar sus
casas abandonadas y la ciudad que los vio nacer y crecer.
Al manejar por la ciudad se recibe la fuerte
impresión de estar viendo un documental de algún lugar allá en el Medio
Oriente. Nada más que, en éste caso, la pantalla es el parabrisas del auto y no
hay forma de apagarlo o de cambiar de canal; y vaya que se puede convertir en
un drama de la vida real en cualquier momento. ¿Estaremos al borde de una revolución o una guerra
civil? Pudiera ser, pero la verdad sólo algunos cuantos la saben a ciencia
cierta; y como México es el país surrealista por excelencia, ahí todo puede
pasar.
Por doquiera se ven los convoyes de
comandos armados de la policía municipal, del estado y federal. También hay retenes militares en toda la
ciudad y se oyen las historias de horror de cómo, a cualquier hora del día --o
de la noche--, la policía o el ejercito pueden allanar un hogar sin orden de
cateo ni nada por el estílo, nada más porque alguien les dio el “pitazo” de que
ahí se alojan drogas o hay actividad delictiva.
Hablando del pitazo, las lineas de denuncia que tienen las autoridades
funcionando pueden convertirse en una verdadera pesadilla para la gente común,
ya que sólo basta con que uno le caiga lo suficientemente mal a alguien para
que marquen esa linea y lo denuncien; entonces la vida de una familia ordinaria
puede cambiar brutalmente de la noche a la mañana. Esto recuerda a los
informantes en los días de Hitler que entregaban judíos a diestra y siniestra, y
la paranoia era general porque los denunciados no siempre podían probar a
tiempo su origen étnico.
Otro instrumento de terror en Juárez es la
extorsión, porque cualquier grupo de malvivientes se pueden juntar para explotar
a dueños de tiendas de barrio y pequeños negocios, exigiendoles grandes
cantidades de dinero o pagos de cuotas a cambio de respetarles la vida. De manera que, no son sólo los bajos sueldos
los que hacen imposible la subsistencia, sino que ya no existe ni la
posibilidad de un pequeño negocio por el riesgo de muerte que esto implica; lo cual
hace que muchos cierren sus tiendas y negocios, al saber que el mantenerlos les
puede costar eventualmente la vida, como ha pasado con algunos que se han
resistido. Y aqui cabe otro dato curioso: uno nunca sabe cuando esta hablando
con un sicario; ya que cualquier muchacho muerto-de-hambre se alquila como
matón a sueldo por la módica cantidad de 500 pesos (menos de 50 dolares), y a
veces hasta por menos que eso. Y son
estos los encargados de extorsiones --directas e indirectas--, ejecuciones y
todo tipo de “liebres” que se echan para mantener un vicio que se les ha arraigado
a temprana edad.
Y pudiera seguir con una letanía
interminable de lo deasfortunado que es vivir en la frontera, pero eso no va a
remediar la situación. Ojala y de
repente me enterara que la gente cobró conciencia y tomó la ciudad por asalto,
y se la rrebató a los malos. Pero no tienen con que, ya que los malos están
mejor armados que el mismo ejercito. A
propósito, en todo lo que yo estuve allí nunca me tocó ver alguna vejación
cometida por los soldados contra un civil; y eso de alguna forma fue de
consuelo, ya que pude comprobar que los miembros del ejército mexicano --al
menos los que yo vi-- son gente normal como uno. Y desde luego que hay
monstrouos, pero no lo son todos.
Para cerrar la nota, quiero remarcar que sería
difícil encontrar un culpable directo de lo que está pasando en el país entero;
muchos culpan al presidente, otros a los funcionarios locales y estatales y, curiosamente,
a los narcos mucha gente todavía los ve como heroes. Sea como sea, es imposible
no sacar conclusiones, y pensar que lo que pasa en México es simplemente una
versión sui generis del golpe brutal
a la clase media que está tomando lugar en el mundo entero; una forma de
reacomodamiento de riqueza y poder en el que sólo los alineados al sistema van
a tener acceso al porvenir.
En otras palabras, el verdadero culpable
es el neoliberalismo que está transformando todo en un disparate apocalíptico,
en aras de la globalización absoluta, que aún a los de menos inclinaciones
religiosas los tiene pensando en el último libro de la Biblia; el cual habla de
un dominio total del mal cuando nadie va a poder comprar ni vender si no tiene
el consabido número...
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