Con eso de la Copa Mundial como que me quedé con el espíritu
deportivo, lo cual me hizo pensar en los grandes deportistas que hemos tenido
en Latinoamérica. Y en eso estaba cuando me acordé de Julio César Chávez, el
boxeador más grande que ha dado México. “Julio César Chávez es un campeón con
toda la barba”, declaró el presidente del Consejo Mundial de Boxeo, José
Sulaimán, despues de una de las avasalladoras victorias del púgil en su momento
de máximo apogeo. Así es, Julio Cesar ha sido uno de los mejores boxeadores del
mundo, no sólo de su tiempo sino de todos los tiempos, y en su momento también
fue llamado el mejor boxeador libra por libra.
Julio César conjugaba todas las virtudes
posibles que puede tener un boxeador: se fajaba, pegaba, boxeaba, aguantaba, se quitaba
golpes y además tenía una extraordinaria habilidad para manejar
ambas manos. Quién no recuerda esa forma magistral de usar la mano izquierda
--a pesar de no ser zurdo--, que tan bien usaba en la defensiva como en la
ofensiva, y con la misma facilidad que asestaba un gancho mortífero lanzaba un
potente volado.
El primer gran merito de Julio César Chávez
fue el recobrar la esperanza para México de tener un verdadero campeón,
esperanza que se había perdido con la muerte de Salvador Sánchez, en aquel
fatídico agosto de 1982. Cómo olvidar aquella
derrota del “Indio de Cuajimalpa”, Lupe Pintor, frente a Wilfredo Gómez, al
sufrir un humillante nockout en el catorceavo asalto –cuando las peleas duraban
15 rounds--, en una pelea que ya parecía tener asegurada, y precisamente a unos
cuantos meses la muerte de Sal Sánchez. O el robo tan descarado que le hicieron
a Mario “Azabache” Martínez en su pleito frente a Azumah Nelson, que hizo ver
aun más oscuro el horizonte del boxeo mexicano.
Al menos cuatro peleas fueron de gran
significancia para Chávez cuando estaba en la cúspide de su carrera. Empezando
con la cruenta pelea en la que se enfrentó a su compatriota el “Azabache”
Martinez, por el título vacante de peso súper pluma; pleito que ganó en cerrado
combate de titanes mexicanos. Y es que, como es sabido, es en México y Cuba donde
están las mejores escuelas de boxeo, lo que se constató durante todo el combate
por la clase y escuela que ambos desplegaron.
La segunda pelea grande llegó cuando, invadiendo
la división de los pesos ligeros, Julio César le arrebató el campeonato al
boricua Edwin "Chapo" Rosario que quiero agregar, aunque un tanto hablador, fue un
oponente que mostró un gran pundonor, como la mayoría de los boxeadores
puertorriqueños. De la masacre que hizo
con Hector “Macho” Camacho no hablaré porque, no obstante ser una victoria en
extremo significativa, las peleas que siguieron fueron más substanciosas.
Después vendría la que algunos llamaron la
pelea de la década (de los 90’s), con Meldrick Taylor, contrincante de estilo
difícil y escurridizo, a quien sacó la victoria de la bolsa noqueandolo a unos cuantos
segundos del campanazo final. En un pleito que el estadounidense iba ganando, pero
que se convirtió en un gane contundente para el mexicano.
La última gran pelea de Chávez sería ese
polémico empate en el que le disputaba el título de los welter a otro
estadounidense, Pernell Whitaker, cuando la prensa norteamericana ya se comía
vivo a Chávez, acusondolo de robo. La
verdad es que durante toda la pelea Whitaker se la pasó abrazando y corriendo,
que es también una escuela que se ve en muchos boxeadores afro-americanos, porque
se suben al ring en bicicleta y lo último que les pasa por la mente es boxear.
Algo curioso que pasó con Julio César fue
que, a pesar de ser el más grande boxeador mexicano de todos los tiempos, nunca
llegó a ser un verdadero ídolo. Y es
que, incluso cuando en sus inicios se percibía sencillo y nada presuntuoso, a
Chávez le faltaba el carisma que tuvieron otros que en verdad si fueron ídolos;
y me refiero al famoso Raúl “Ratón” Macías y al gran Rubén “Púas” Olivares, que
movían a la gente a seguirlos más allá de su desempeño en el ring.
En la vida todo tiene un fin y, como dice
la canción, “lo que empieza termina”. El principio del fin para Chávez no fue
cuando tuvo su primera derrota, sino cuando se convirtió en producto de una de
las dos grandes cadenas televisivas de México.
Antes de eso su carrera había sido, hasta cierto punto, limpia; tan
limpia como lidiar con empresarios boxísticos podía permitir. Pero a partir de allí vinieron las
francachelas en grande con artistas y big
honchos de toda clase, tanto del deporte, del espectaculo, como de la
política. Es ahí cuando el boxeador deja de ser deportista para convertirse en
celebridad y con eso no se gana en el ring, así que el descuido personal es sólo
una consecuencia natural. Y vino la primera
derrota.
Otra de las cosas --tal vez la más grande--
que acabó a Chávez fue su falta de corazón. A diferencia de la serenidad que
mostraba en sus primeros años, una vez que empezó a perder se desmoronó
moralmente y perdió el control. Tras su primera derrota ante Frankie Randall
vendrían algunas victorias insignificantes, pero el terreno parecía estar
preparado para recibir esa dolorosa y decisiva derrota ante Oscar de la Hoya que,
dicho sea de paso, no era pieza para Chávez, pero la juventud y un gigante aparato
empresarial se impusieron.
Julio César ya no se pudo recuperar
anímicamente, y más que nada porque no sabía perder. Lo que recuerda al enorme
Daniel Zaragoza, un púgil mexicano que como boxeador era más malo que la carne
de puerco, pero con un tesón y una disciplina que lo llevaron a ser campeón del
mundo. Y me atrevo a decir que si Chávez
hubiera tenido un corazón como el de Zaragoza hubiera sido un superhombre.
También habrá que mencionar que ultimamente
Chávez andaba muy lejos de su peso natural, al invadir cada vez más divisiones. Y cuando un boxeador va aumentando peso hacia
divisiones más altas su pegada pierde mucho poder. Como le pasó al mismo “Púas”
Olivares cuando tuvo que saltar directamente de gallo a peso pluma, ya que en
su tiempo no había pesos intermedios como ahora, y las cosas para él ya no
fueron igual porque su pegada perdió contundencia.
Y un caso aún más dramático de pérdida de
pegada con aumento de peso, es el del legendario José Angel “Mantequilla” Napoles, cuando quiso ser
campeón de peso medio retando a Carlos Monzón, en un encuentro
durante el cual dicen el "Mantequilla" le pegaba a Monzón y parecía que hasta le
hacía cosquillas, desistiendo finalmente
de su intento en el séptimo asalto.
Desafortunadamente, una mancha muy grande
quedó en la carrera y la imagen de Julio César --es esto lo que más recuerda
mucha gente-- por no haberse retirado a
tiempo. Porque a él le pasó lo que a la
mayoría: estar en el ring se convirtió en una segunda naturaleza, aún cuando
seguía perdiendo.
Y lo peor de todo no fueron sus derrotas,
sino el no saber asimilarlas, al punto que se empezó a ganar fama de llorón. Pero
todo eso, junto con sus escandalos pasionales, fiscales, y sus funestas
parrandas sería parte de otro comentario que le dejo a gente como Origel y la
Chapoy. Yo lo que quiero es celebrar los logros del boxeador fuera de serie que
fue Julio César Chávez; así que, a la cuenta de diez, me despido y... out.
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