“La guerra se acaba, si así lo
quieres”, decían los billboards en lo
alto, colocados en algunas de las ciudades más importantes de mundo; pagados ni
más ni menos que por John Lennon, donde hacía ver su repudio por la guerra de
Vietnam. Actitud de protesta que fue imitada alrededor del planeta por tantos
otros artistas, activistas y todo tipo de gente disgustada por la guerra.
Esos eran los 60’s, y a más de cuarenta
años de distancia es justo preguntarnos: ¿Habremos perdido la sensibilidad ante
lo deleznable que son las guerras? O ¿Será que simplemente vivimos en un tiempo
en que estamos rodeados de violencia, y que, la guerra ha perdido su concepto
original porque se manifiesta en mil formas a la vez?
Desde principios del siglo pasado, los grandes
adelantos de la tecnología, a la par con la sofisticación de la truculencia
política --aunados a la insaciable ambición de algunos hombres--, han hecho de
la guerra un concepto que ha tomado múltiples formas a través de sus diferentes
manifestaciones. Éstas van desde las guerras civiles ó internas, las guerras
entre dos o más naciones, hasta llegar a las guerras mundiales, de las cuales hubo
dos en un lapso cortísimo de veintiún años.
Al punto de que, con tanto bamboleo, este aporreado mundo ya no siente
lo duro sino lo tupido.
En los hospitales de veteranos me ha
tocado ver infinidad de hombres lisiados por la guerra de Vietnam. Unos cojos, otros
en silla de ruedas, algunos amputados, otros con el rostro desfigurado,
etcétera, etcétera; todos ellos hombres sesentones o arriba de los
cincuenta. Pero nunca había estado tan
impresionado como cuando ví en la calle a aquella hermosa joven que usaba
muletas porque le faltaba una pierna de la rodilla hacia abajo; mi conmoción
fue tal que estuve a punto de llorar. Luego supe que era una más de las
victimas de la guerra de Irak.
Personalmente he conocido veteranos de
Vietnam, el Golfo Pérsico, Irak, y hasta de la guerra de Corea. Todos ellos han
sido tocados de por vida y su única forma de lidiar con tal trauma ha sido a
traves de las drogas (lícitas e ilicitas) o el alcohol. Algunos de ellos no sólo navegan con el
trauma mental y emocional, sino con males físicos irreversibles causados por el
anthrax, en el caso de los del Pérsico; y el agente naranja, en los de Vietnam.
Conocí un veterano de la guerra de Corea, hombre afable y risueño que
siempre estaba bromeando, siempre y cuando se tomara su medicina; porque cuando
no, era un completo Mr. Hyde.
Muchos han sido los artistas que han
puesto su arte al servicio de la noble causa de denunciar los horrores de la
guerra. Artistas de la talla de Picasso, con su Guernica, mural que, aunque siguiendo la linea abstracta propia del
cubismo, refleja --por su impresionante imaginería-- la terrible experiencia
del pueblo tras el bombardeo de la ciudad del mismo nombre, durante la Guerra Civil
española.
Una historia que se siente como un
puñetazo en la cara es, “Johnny Got His Gun”, novela acerca de un joven que
vuelve de la guerra hecho un pedazo de carne: sordo, ciego, mudo, y con todas
sus extremidades amputadas. Su autor, Dalton Trumbo, mostró tal vehemencia en
que llegara a una audiencia más amplia al adaptar la obra para el cine y dirigir
el mismo la película.
Otra obra, en este caso una canción de
Silvio Rodríguez llamada “Sueño de una noche de verano”, mueve las fibras del
alma y hace sentir la indignación por la contaminación del mundo causada por el
juego bélico del poder, al destruir la armonia y placidez de la paz. Y estos son sólo algunos ejemplos de protesta
artística.
De acuerdo al diccionario de la Real
Academia Española, guerra es: “La desavenencia y rompimiento de la paz antre
dos o más potencias”, y la “Lucha armada entre dos o más naciones o entre
bandos de una misma nación”. En otras
palabras, guerra no es nada más la que se hace entre soldados, o un acto bélico
formal entre bandos, sino también lo que presenciamos todos los días en nuestra
comunidad con la violencia de pandillas y la lucha entre los carteles de la
droga; con el rap y el narco-corrido
como soundtrack.
Y ni que decir de la delincuencia común
producida por la drogadicción, que impacta y seguira impactando a la gente de
manera inimaginable, casi como cualquier guerra de bandos. Porque, al igual que
las grandes guerras, esto también está promovido por grupos secretos del poder,
en su afan por apoderarse del mundo y de la voluntad de la gente.
En la actualidad miles de familias en
Estados Unidos sufren la zozobra de saber que en cualquier momento algún
oficial de las fuerzas armadas puede tocar a sus puertas, para darles la mala
noticia de que su ser querido, que sirve a su pais en el ejercito americano, ha
perecido an algún arido paraje del Medio Oriente.
Y lo mismo pasa con tantas familias
mexicanas, que no están exentas de la posibilidad de recibir en cualquier
momento nefastas noticias, o el atentado a su misma persona. Todo ello debido a
la guerra de los carteles que el trafico de drogas ha traído a un país que fue
un día modelo de holganza y comodidad para el turismo, que se paseaban por sus
fronteras a placer en busca de emociones fuertes; cosa que ahora ni en sus sueños
más calenturientos se les ocurriría. Y al igual que los hospitales de veteranos
en los Estados Unidos, en las calles de la frontera mexicana se empieza a ver
con más naturalidad a los lisiados –en más de un aspecto--, producto de la
guerra del narco.
Habiendo dicho todo esto, pienso que tal
vez a muchos ni le va ni les viene, y que la situación actual es lo último que
les pasa por la mente. O que, ultimadamente, tal vez no sea la profusión de las
guerras lo que nos hace insensibles, sino el pensamiento de que, como dice la
canción, “ya ni llorar es bueno”. Y la certeza de que hay tiempos que tienen
que cumplirse, lo queramos o no. Amén.
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