“Si el
diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos”, es la célebre frase del
ícono de los periodistas en México, el tristemente célebre don Julio Scherer. Y
esta frase ha cobrado más vigencia que nunca, después de que el hombre acaba de
dar un inesperado —pero lógico, si atendemos a la dinámica del periodismo
mexicano— golpe en lo que muchos pensarían el ocaso de su larga carrera periodística,
al entrevistar para su revista Proceso a uno de los grandes del narco, Ismael “Mayo” Zambada; dándole así al capo un caracter de celebridad que legitimiza, consciente
o inconscientemente, la actividad ilegal que lo ha hecho famoso, ante los ojos
de la gente “inteligente” que lee tal revista; y ganando también así un lugar
en la nueva casta privilegiada.
El texto abre con un preámbulo que quizá
pretenda ser una especie de narración novelesca de la estancia de Scherer en el
refugio del capo; pero manejada pobremente, como por un mal novelista en
ciernes. Desde un principio la entrevista estuvo dominada por el Mayo, y como
tal no aporta nada, ya que las preguntas están hechas de una forma tímida y con
una actitud casi subordinada.
Fue Zambada el que contactó a Don Julio
para el encuentro, y el periodista no pierde la oportunidad de mencionar que, al
estar frente al compadre del “Chapo” Guzmán, éste le dijo, “tenía interés en
conocerlo”. Lo que recuerda el verso de la canción “Sympathy for the Devil”, de
los Rolling Stones, donde el diablo dice, “pleased to meet you, I hope you
guess my name” (“complacido en conocerte, ojala adivines mi nombre”).
Luego, el Mayo habla de “almorzar” juntos,
invitación que Scherer no puede rehusar, a instancias de uno de los emisarios
del capo. En la mesa les pusieron jugo
de naranja, leche, carne, frijoles, tostadas, quesos “que se desmoronaban entre
los dedos o derretían en el paladar” y café azucarado.
El grueso de la entrevista se va en
generalidades, con Zambada contestando de manera vaga a las preguntas que se le
hacen; pero dando constancia de su humanidad cuando menciona su llanto por su
hijo en prisión.
El encuentro llega a su fin con dos inesperados actos del capo: primero, le pregunta al periodista si le gustaría conocer al Chapo, para llamarle y proponérselo; y después viene la petición de una foto que, como don Julio remarca, probará la veracidad del encuentro.
El encuentro llega a su fin con dos inesperados actos del capo: primero, le pregunta al periodista si le gustaría conocer al Chapo, para llamarle y proponérselo; y después viene la petición de una foto que, como don Julio remarca, probará la veracidad del encuentro.
Proceso
ha sido una revista caracterizada por sus ataques a la corrupción, al gobierno
y a todo tipo de ideologías que vayan contra la del señor Scherer y sus
colaboradores, sea esto en la política, arte o cultura en general. De acuerdo a sus lectores asiduos, Proceso es la epítome del periodismo no
comprometido y directo, aunque bastante es sabido el gran flirteo de la
directiva con todo los encumbrados que tengan prospecto de mecenas; como el
presidente de la república, por ejemplo.
De hecho, los presidentes en México
subsidian su propia crítica —Proceso ha sido uno de los grandes beneficiados
de esta circunstancia—, como una forma de taparle el ojo al macho y “promover”
la libre expresión, siempre y cuando se sigan ciertas reglas; cosa que es muy
bien aprovechada por los periodistas prácticos y con colmillo, aunque los
valores morales se tengan que sacrificar.
Como buen hombre de negocios que es, Julio
Scherer siempre ha sabido lo que quiere. En su libro “Los periodistas”, Vicente Leñero menciona la preferencia de
Scherer por los reporteros inmorales sobre los reporteros honrados, porque, “no
me queda otro remedio”, ya que, de acuerdo a él, los reporteros inmorales son
más prácticos y “eficaces”. Y también aludía
a la imposibilidad de combatir la corrupción periodistica cuando esta se halla
institucionalizada, “cuando se incluye a los reporteros en la nómina de las
secretarías de estado como si fueran empleados de ellas”, y cómo estos no
tienen empacho en cobrar la mensualidad; porque si no lo hacen ellos otros lo
harán.
¿No estará don Julio procurando su
inclusión en las nóminas de lo que va en camino a convertirse en el nuevo
estado mexicano, o sea el narco? Y aquí
cabe un dato curiosísimo. En el mismo párrafo, Leñero menciona que en sus
tiempos de reportero, Scherer “tardó en descubrir que su nombre tenía meses
incluido en la nómina de su fuente periodística; alguien que no era él la
cobraba, falsificando su firma”. Con aquello de que, a quién le dan pan que llore.
Algunos críticos periodísticos dicen que
este ha sido un paso adelante en una nueva forma de periodismo, cuando en realidad
es sólo un paso ordinario de don Julio hacia algo que ha hecho durante toda su
trayectoria periodística: acercarse al poder. Y como ahora la política la hacen
los narcos, estos son a los que hay que acercarse para recibir su
bendición.
Por eso, de entrevista no hubo tal, sino
que Scherer más que nada está prestándose a ser una especie de portavoz del
Mayo Zambada —y tal vez no es de culparse, porque en estos tiempos cada quien
está haciendo su luchita. Algo así como lo que pasaba entre el evangelista
Billy Graham y algunos presidentes estadounidenses; el creía que los tocaba
espiritualmente, cuando en verdad lo estaban usando políticamente para tocar
corazones.
Claro que en el caso de don Julio, la cuestión
es menos inocente porque, siendo el viejo lobo de mar que es, él no es de los
que le piden a Dios que les de, sino que los ponga donde haya; y una vez
acercada la res se prenden de la ubre, y hasta encajan los dientes. Por eso, la frase emitida por su primo José
López Portillo —cuando se disponía a cortarle subsidio a la empresa del señor
Scherer—, “no te pago para que me pegues”, tenía más de queja que de regaño.
Se abre pues así un capítulo de la
historia moderna de México, donde por fin se da al Cesar lo que es del
Cesar, y se acepta lo que por los últimos veinte años ha sido un secreto a voces:
Ricky Martin es gay.
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