Se acabó la
Copa Mundial y España se ha convertido en campeón por primera vez en su
historia de forma muy merecida, al mostrar superioridad técnica sobre la
selección de Holanda, en estos tiempos en que cada vez resulta más difícil
ganar un partido de fútbol jugando fútbol.
Y vaya que fue éste un juego bastante
accidentado desde el principio, con los holandeses que, más que jugar al fútbol,
parecían estar haciendo kárate full contact,
ya que asestaban todo tipo de patadas, manotazos y ataques corporales. Pero España
se sobrepuso y venció ésta adversidad, anotándole un polémico --pero merecido--
gol en la parte final de los tiempos suplementarios, para derrotarlo en un cerrado
marcador de 1-0.
Ésta de alguna forma es una victoria para
todos los que podemos cantarla en el mismo idioma ya que, aún cuando España no
es Latinoamérica, muchos todavía la ven como la madre patria, a pesar de las
muchas excepciones que hubo en algunos hispanos que querían a Holanda ganar. Y
es que, para los americanos y latinoamericanos en general, la esperanza de que
la copa se quedara en éste continente se acabó al perder Brasil, Uruguay y Argentina.
Hasta los octavos de final, muchos todavía
conservabamos nuestro nacionalismo porque le veíamos posibilidades a nuestro
equipo y el horizonte era amplio para el continente americano, con siete
equipos en la competencia: Uruguay, Estados Unidos, Argentina, México, Brasil,
Chile y Paraguay. Entrando a los cuartos
de final la esperanza se redujo a menos de la mitad, al quedar fuera Chile, Paraguay, Estados
Unidos y México.
Una vez en cuartos de final, al salir eliminado
Brasil, quedaron dos equipos que sostendrían la esperanza latinoamericana:
Argentina y Uruguay. Siendo el juego de Argentina con Alemania uno de los
duelos que más expectación causarían, por la calidad de superpotencia de ambos
equipos; amén de los históricos desaguisados que ambos se han hecho mutuamente.
Curiosamente, no eran muchos los hispanos
que querían ver ganar a Argentina, y mucha gente vió cumplido su deseo al verlos
sufrir humillante derrota 4-0, a manos --o pies, mejor dicho, porque aquí no
entró “la mano de Dios”, como en aquel histórico gol de Maradona en México ‘86--
de los alemanes. Si contra México a
Argentina le favoreció la suerte, el arbitraje y su naturalidad para jugar al
fútbol, frente a Alemania otro gallo le cantó; tal vez por casualidad, karma, o
quizá simplemente show business.
Otra de las grandes frustraciones para los
latinoamericanos la produjo la eliminación de Uruguay, equipo merecedor de un
mejor destino, por su técnica depurada y la entrega que desplegó en todos sus
partidos. De hecho, a Uruguay le pasó un
poco lo que a México, porque le faltó definir su juego con goles, ya que
desperdició muchas jugadas que le pudieron haber redituado mejores dividendos
en el marcador. Al gran Mario Benedetti ya no le tocó ver este mundial, pero
seguramente hubiera estado muy orgulloso de sus compatriotas.
Y a propósito de México, quisiera añadir
algo. Como mexicano, mis esperanzas estaban bastante elevadas respecto a la
actuación de la selección mexicana, porque creí ver un equipo con bastantes posibilidades.
Y fue decepcionante verlos sufrir otra eliminación más, sin siquiera llegar a
la antesala de la final. México pudo haber llegado más lejos si le hubiera
ganado a Uruguay y no se hubiera tenido que enfrentar a Argentina. Porque,
aunque es cierto que cuando un equipo es bueno no importa el contrincante, uno
de los principales problemas que se vieron en éste mundial --y casi cualquier
otro-- es que, entre más grande es el equipo, más va ha ser favorecido por el
arbitraje; y en éste aspecto a México le tocó bailar con la más fea.
Lo extraño es que unos días antes al
enterarme que Mario Carrillo, asistente de Javier Aguirre, recurría a la
brujeria para buscar victorias, había yo comprendido que, después de todo, el
que México ganara o perdiera para mi ya no tenía el mismo encanto o la misma
relevancia. Porque un partido de futbol se juega y se gana en la cancha, y no
en la mesa o altar de un brujo al que se le paga para que les traiga suerte y
les diga la estrategia a seguir. Así que perdí
la esperanza por completo al ver la alineación de México en el juego
contra Uruguay; situación que acabó por confirmarse en el juego contra
Argentina. De hecho, hubo jugadores que
no tenían absolutamente nada que hacer en un mundial de futbol, como el “Bofo”
Batista, por ejemplo.
Una cosa que no fue más que un espejismo fue
el toque de balón por el que los seleccionados mexicanos han criado alguna fama,
ya que se engolosinaron y los acabó su insensatez. Como se recordará, los dos
goles que decidieron el destino final de
la selección mexicana (el único que les metió Uruguay y el segundo de
Argentina), nacieron de fallidas jugadas de toque, mismas que se caracterizaron
por un despliegue exagerado de ingenuidad y falta de pericia.
La selección de Estados Unidos no goza del
seguimiento y de la estima de mucha gente; más que nada debido a su falta de escuela
y tradición futbolistica. Pero una cosa muy cierta acerca del equipo americano es
que éste es metódico y tiene tesón, dos elementos con los que se puede llegar muy
lejos. Yo pienso que si los méxicanos tuvieran el corazón de los americanos,
desde hace mucho tiempo México sería una gran potencia mundial del futbol.
Algo que me llamó bastante la atención en
éste mundial fue ver la gran diversidad etnica en los equipos europeos, que
antes se distinguían por su aparente pureza racial; lo cual demuestra una vez
más que la migración es un fenomeno mundial, y no nada más --contrario a lo que
muchos creen-- algo que se ve en Estados Unidos con los ilegales mexicanos.
Se acabó pues la fiesta y la ilusión para muchos;
y para algunos otros empieza apenas la celebración. Pero eventualmente a todos los
va a despertar una realidad muy de acuerdo con “La fiesta”, de Joan Manuel Serrat,
que dice más o menos así: “Y con la
resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el
señor cura a sus misas...”.
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