Saturday, November 12, 2011

La guerra y los juegos del poder



La guerra se acaba, si así lo quieres”, decían los billboards en lo alto, colocados en algunas de las ciudades más importantes de mundo; pagados ni más ni menos que por John Lennon, donde hacía ver su repudio por la guerra de Vietnam. Actitud de protesta que fue imitada alrededor del planeta por tantos otros artistas, activistas y todo tipo de gente disgustada por la guerra. 
     Esos eran los 60’s, y a más de cuarenta años de distancia es justo preguntarnos: ¿Habremos perdido la sensibilidad ante lo deleznable que son las guerras? O ¿Será que simplemente vivimos en un tiempo en que estamos rodeados de violencia, y que, la guerra ha perdido su concepto original porque se manifiesta en mil formas a la vez?  
     Desde principios del siglo pasado, los grandes adelantos de la tecnología, a la par con la sofisticación de la truculencia política --aunados a la insaciable ambición de algunos hombres--, han hecho de la guerra un concepto que ha tomado múltiples formas a través de sus diferentes manifestaciones. Éstas van desde las guerras civiles ó internas, las guerras entre dos o más naciones, hasta llegar a las guerras mundiales, de las cuales hubo dos en un lapso cortísimo de veintiún años.  Al punto de que, con tanto bamboleo, este aporreado mundo ya no siente lo duro sino lo tupido.
     En los hospitales de veteranos me ha tocado ver infinidad de hombres lisiados por la guerra de Vietnam. Unos cojos, otros en silla de ruedas, algunos amputados, otros con el rostro desfigurado, etcétera, etcétera; todos ellos hombres sesentones o arriba de los cincuenta.  Pero nunca había estado tan impresionado como cuando ví en la calle a aquella hermosa joven que usaba muletas porque le faltaba una pierna de la rodilla hacia abajo; mi conmoción fue tal que estuve a punto de llorar. Luego supe que era una más de las victimas de la guerra de Irak.
     Personalmente he conocido veteranos de Vietnam, el Golfo Pérsico, Irak, y hasta de la guerra de Corea. Todos ellos han sido tocados de por vida y su única forma de lidiar con tal trauma ha sido a traves de las drogas (lícitas e ilicitas) o el alcohol.  Algunos de ellos no sólo navegan con el trauma mental y emocional, sino con males físicos irreversibles causados por el anthrax, en el caso de los del Pérsico; y el agente naranja, en los de Vietnam. Conocí un veterano de la guerra de Corea, hombre afable y risueño que siempre estaba bromeando, siempre y cuando se tomara su medicina; porque cuando no, era un completo Mr. Hyde.
     Muchos han sido los artistas que han puesto su arte al servicio de la noble causa de denunciar los horrores de la guerra. Artistas de la talla de Picasso, con su Guernica, mural que, aunque siguiendo la linea abstracta propia del cubismo, refleja --por su impresionante imaginería-- la terrible experiencia del pueblo tras el bombardeo de la ciudad del mismo nombre, durante la Guerra Civil española.
     Una historia que se siente como un puñetazo en la cara es, “Johnny Got His Gun”, novela acerca de un joven que vuelve de la guerra hecho un pedazo de carne: sordo, ciego, mudo, y con todas sus extremidades amputadas. Su autor, Dalton Trumbo, mostró tal vehemencia en que llegara a una audiencia más amplia al adaptar la obra para el cine y dirigir el mismo la película. 
     Otra obra, en este caso una canción de Silvio Rodríguez llamada “Sueño de una noche de verano”, mueve las fibras del alma y hace sentir la indignación por la contaminación del mundo causada por el juego bélico del poder, al destruir la armonia y placidez de la paz. Y estos son sólo algunos ejemplos de protesta artística.
     Ahora, fuera de algunas manifestaciones de figuras tales como Neil Young, Willie Nelson, y alguna que otra figura juvenil, la denuncia de la guerra en tiempos actuales no tiene la misma representacion estridente o apasionada que alguna vez tuvo; y la protesta en su tenue expresión tiene más de lamento que de grito indignado.
     De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, guerra es: “La desavenencia y rompimiento de la paz antre dos o más potencias”, y la “Lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación”.  En otras palabras, guerra no es nada más la que se hace entre soldados, o un acto bélico formal entre bandos, sino también lo que presenciamos todos los días en nuestra comunidad con la violencia de pandillas y la lucha entre los carteles de la droga; con el rap y el narco-corrido como soundtrack
     Y ni que decir de la delincuencia común producida por la drogadicción, que impacta y seguira impactando a la gente de manera inimaginable, casi como cualquier guerra de bandos. Porque, al igual que las grandes guerras, esto también está promovido por grupos secretos del poder, en su afan por apoderarse del mundo y de la voluntad de la gente.
     En la actualidad miles de familias en Estados Unidos sufren la zozobra de saber que en cualquier momento algún oficial de las fuerzas armadas puede tocar a sus puertas, para darles la mala noticia de que su ser querido, que sirve a su pais en el ejercito americano, ha perecido an algún arido paraje del Medio Oriente.
     Y lo mismo pasa con tantas familias mexicanas, que no están exentas de la posibilidad de recibir en cualquier momento nefastas noticias, o el atentado a su misma persona. Todo ello debido a la guerra de los carteles que el trafico de drogas ha traído a un país que fue un día modelo de holganza y comodidad para el turismo, que se paseaban por sus fronteras a placer en busca de emociones fuertes; cosa que ahora ni en sus sueños más calenturientos se les ocurriría. Y al igual que los hospitales de veteranos en los Estados Unidos, en las calles de la frontera mexicana se empieza a ver con más naturalidad a los lisiados –en más de un aspecto--, producto de la guerra del narco.
     Habiendo dicho todo esto, pienso que tal vez a muchos ni le va ni les viene, y que la situación actual es lo último que les pasa por la mente. O que, ultimadamente, tal vez no sea la profusión de las guerras lo que nos hace insensibles, sino el pensamiento de que, como dice la canción, “ya ni llorar es bueno”. Y la certeza de que hay tiempos que tienen que cumplirse, lo queramos o no. Amén.

Nota: Este artículo apareció originalmente en una revista en línea, ahora extinta.



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