Tendría yo algunos siete u ocho años cuando mi
hermano llegó con el disco de 45 revoluciones. La canción era Señora, de Joan
Manuel Serrat: “Ese con quien sueña su
hija, ese ladrón que os desvalija de su amor, soy yo, señora…” Eso fue
todo, y a pesar de ser un niño no necesite oír nada más para pensar que el que
cantaba era un tipo petulante; y si hubiera sido yo argentino hubiera pensado
que Serrat era un boludo atorrante.
Para
cerrar este pequeño reconocimiento, quiero enfatizar que la música de Joan
Manuel Serrat es parte esencial del lenguaje y cultura hispanos, y que sus
canciones interpretadas por él mismo son referente obligado para los que en
verdad disfrutan el idioma español --y el castellano, desde luego--, sean estos
mexicanos, centroamericanos, sudamericanos y… tal vez hasta los españoles.
El
lado B constaba de la canción De cartón piedra, pieza que, al igual que
Señora, llegaría yo a amar algunos años más tarde. Y es que para el joven de diecisiete años,
ejercitado en el arte de soñar y de querer ser, Joan Manuel Serrat ya no era un
tipo petulante, sino un guía de sueños y conjeturas juveniles. Porque fue a los
17 cuando me reencontré con su música, y esta vez llegó para quedarse conmigo,
aun cuando no la escuche. Porque las letras de sus canciones son poemas
recitados constantemente, como parte de mi amor por el idioma español.
Cuando
escuchamos una canción de Serrat son muchas cosas las que apreciamos: la poesía
de sus letras, su voz enérgica, su fraseo y su forma de tratar las notas
musicales. Elementos que se conjugan para darle magia y poesía a su descripción
de actos aparentemente insignificantes de la rutina y a las cosas simples de la
vida; y el amor en sus mil manifestaciones cobra preeminencia.
Como
dato biográfico principal usaré el comienzo de la canción A quien
corresponda, que abre el álbum En
tránsito, uno de sus mejores: “Un
servidor, Joan Manuel Serrat, casado, mayor de edad, vecino de Camprodón,
Girona, hijo de Ángeles y de Josep, de profesión cantautor y natural de
Barcelona. Según obra en el Registro Civil, hoy, lunes, 20 de Abril de 1981 con
las fuerzas de que dispone atentamente expone dos puntos…” en éste disco
Serrat se presenta también como un denunciante de desaguisados ambientales e
injusticias sociales. “El mundo es de
peaje y experimental, que todo es desechable y provisional”, dice, para
luego agregar hacia el final de la canción: “Se sirva tomar medidas y llamar al orden a esos chapuceros, que lo
dejan todo perdido en nombre del personal”.
En otras palabras: “imbéciles, están usando el mundo como un laboratorio
y alguien tiene que tomar cartas en el asunto, antes que los rufianes con
licencia acaben con todo”.
Fue
Serrat el gran complemento a la música de Los Beatles y Moody Blues, y a las
lecturas de Herman Hesse, Benedetti y, desde luego, Antonio Machado, de mi temprana
juventud.
No
tengo una canción favorita de Serrat porque cada una de ellas tiene su momento;
Penélope, Mi niñez, Aquellas pequeñas cosas, Las malas compañías y
tantas otras que aun hoy, en la edad madura, asisten a la memoria en su revirar hacia
a los mágicos momentos de la niñez y de la tierna adolescencia.
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